Centro de
  • Neurofeedback
  • Psicología
en Zaragoza
El blog de Neurofeedback Zaragoza
Huir de nuestros problemas

El mendigo artista

Desde hace unos meses un mendigo atrae mi curiosidad. No se trata de un mendigo al uso: nunca le he visto pedir limosna –aunque no significa que no lo haga porque siempre paga con monedas–, tiene un aspecto más aseado que el mendigo típico –viste un chándal bastante pulcro– y varias veces le he visto comprar comida en el supermercado, que luego comparte con otros mendigos.

Pero lo que realmente mueve mi interés es el espacio que ha convertido en su hogar. Ha aprovechado la zona de acceso a una tienda que cerró hace poco y la ha convertido en su vivienda. Pero al contrario que otros mendigos que simplemente acumulan cartones o mantas viejas para protegerse del frío, este artista callejero acumula las cosas que encuentra creando decoraciones variadas, que cambia día a día, según la materia prima que pueda encontrar en contenedores y otras fuentes de suministro similares.

Como paso con cierta frecuencia por su morada, he visto como han ido evolucionado estas muestras de arte efímero. Al principio la acumulación de cartones y mantas difería poco de la de otros mendigos, aunque ya se notaba una cierta preocupación por la estética, en la forma en que se colocaban buscando crear un cierto volumen, como si se tratara de la construcción de unos niños que con cartones quisieran jugar a hacer tiendas de campaña. Poco a poco aparecieron elementos decorativos, objetos despreciados en la basura, que no encajaban entre cartones y mantas viejas. En ese momento, me planteé si se trataba de un síndrome de Diógenes, pero no se veía la típica acumulación sin sentido, sino una distribución intencionada, aunque la combinación de objetos variopintos no mostrara funcionalidad alguna. Pero, últimamente, las combinaciones regulares de objetos y su disposición creando un conjunto visual, indican claramente el deseo de generar una composición artística.

Además, cada vez que paso por allí constato que los objetos y el tipo de disposición son diferentes. No transito por esa zona todos los días, aunque sí al menos una vez por semana, así que no puedo saber cada cuanto se renueva sus creaciones este artista atípico. tampoco sé si es él mismo el que renueva su obra o si la destrucción de la misma es llevada a cabo por los servicios municipales, obligando al incomprendido virtuoso a crear cada día nuevas obras con nuevos materiales.

Arte con basura

La mendicidad como evasión

Es difícil no jugar a imaginar qué historia hay detrás de este mendigo artista. Yo tengo mi propia hipótesis, pero seguro que la realidad difiere de cualquier cosa que podamos suponer. La historia que me he inventado es que no se trata de un verdadero mendigo, que no requiere dinero para sobrevivir, pero ha decidido vivir en la calle porque necesitaba apartarse de su vida habitual; sin embargo, una vida de pasividad total no le llenaba y decidió unir a la necesidad de construir un refugio una chispa creadora, para darle un sentido adicional a su vida callejera.

No es la única historia que he creado, pero en todas las historias que construyo sobre este hombre siempre empiezo suponiendo que huye de algo. No de algo físico, si no de algo psicológico –deformación profesional, supongo–. Lo más socorrido es imaginar que huye de un dolor intenso –la pérdida de un ser querido, sea por muerte o abandono–, pero mi experiencia me dice que no hace falta un gran acontecimiento para provocar una huida. A veces incluso lo contrario, muchas personas afrontan con más entereza las grandes pérdidas que las pequeñas, pero de eso hablaré más adelante.

De forma espontánea tiendo a clasificar a los mendigos en dos categorías, los que piden exclusivamente por necesidades económicas y los que han decidido romper con la sociedad y renunciar a ella. En los primeros se percibe que, aunque pidan limosna, siguen guiándose por los cánones culturales que rigen la adhesión a la sociedad: suelen llevar ropa aseada, frases estereotipadas de mendicidad y se les nota cierta dignidad, aunque a algunos vaya acompañada de un sentimiento de vergüenza. En los segundos se nota el desarraigo, un vagar errático, una mendicidad que es en ocasiones vehemente y en otra indiferente y, en muchos, una mirada derrotista. El primer tipo de mendigos, siempre según mi clasificación, piden por necesidad y preferirían no tener que pedir; el segundo tipo lo hace como forma de vida, no piden para recuperar su estatus quo, lo hacen porque su vida, ahora, consiste en eso.

Por eso, cuando me encuentro con alguno de los mendigos del segundo tipo tiendo a imaginar que están huyendo de emociones que no podían contralar. Si han optado –o caído– en esta vida, es porque en algún momento decidieron que era mejor camino para ellos que seguir peleando en un mundo que no era para ellos. Estoy seguro que con esta generalización me equivoco en muchos casos, que con certeza muchas de estas personas volverían con gusto a su vida anterior si pudieran recuperar una seguridad económica, pero luego les miro a los ojos, leo su lenguaje corporal y vuelvo a reafirmarme en que, en cierta forma, esta vida es para ellos una forma de escape de algo que era peor.

Siento que la mayoría de los que estéis leyendo a este punto podéis llegar a pensar en qué puede ser peor que una vida de mendicidad, sin un techo fijo al que cobijarse, repudiados –y si no por lo menos ignorados– por la mayoría de la sociedad. Quizás os parezca que mi teoría no tiene sentido, que nadie huye para ir a un lugar peor, si puede evitarlo. Así que os pregunto, ¿nunca habéis sentido ganas de huir? De dejar vuestro trabajo, mudaros a otra ciudad donde no hayáis estado nunca o, incluso, dejar a vuestra familia. Si os ha pasado quizás mi hipótesis sobre los sin techo no os parezca tan descabellada.

La huida como forma de solventar los problemas

No voy a entrar en profundidad en los fundamentos neurológicos de la huida como forma filogenética de defensa, pero sí quiero recalcar que es algo que tenemos programado en nuestra neurología. Ante un peligro nuestro sistema nervioso está preparado para responder de tres formas: la lucha, la parálisis y la huida. En otros artículos he hablado sobre estas formas de afrontamiento, la parálisis en la depresión y la lucha y huida en la ansiedad, pero ahora voy a centrarme solo en esta última, aunque tengo que incidir brevemente en todas ellas para explicar el mecanismo psicológico de huida en nuestra cultura.

Cuando éramos cazadores-recolectores, si nos encontrábamos antes un peligro la respuesta era fácil: huir. Cuando nos convertimos en agricultores y ganaderos la cosa ya no era tan fácil, había que defender de los peligros no solo nuestra vida si no también nuestras posesiones, así que no había más remedio que luchar. Pero nuestra compleja sociedad hace aún más difícil nuestra respuesta ante el peligro. ¿Cómo reacciono ante una bronca de mi jefe? Si le agredo me despide, y seguramente tendré alguna consecuencia peor, y si huyo también es muy probable que me despida o, cuan menos, empeore aún más la situación. Así que solo queda como opción la parálisis: aguantar la bronca, conteniendo la rabia o el miedo que estamos sintiendo.

Pero la parálisis no es para nosotros una forma natural de afrontamiento, la asumimos cuando no nos queda otra opción. Los animales hacen lo mismo: cuando no pueden luchar ni huir, se paralizan, tratando de mimetizarse con el ambiente, para que el depredador no depare en ellos. Pero la parálisis continua no nos beneficia, el miedo o la rabia que subyacen bajo ella nos dañan, nos merman, nos hacen caer en la tristeza y desesperación. Y eso nos lleva a dos forma de huida: la depresión o el impulso de abandonar nuestra vida a la búsqueda de otra mejor.

Nos llevamos nuestros problemas con nosotros

Incontables veces me he encontrado con un paciente en terapia que había huido de una vida o situación anterior o estaba pensando en hacerlo. En muchas ocasiones, había huido numerosas veces de situaciones que eran sustancialmente la misma.

Recuerdo muchas casos en los que esto había ocurrido, pero solo voy a contaros dos de ellos.

En una ocasión unos padres venían al gabinete pidiendo un informe psicológico sobre su hijo para solicitar el tutelaje particular –es decir, que en vez de ir a una escuela se les permitiera contratar profesores particulares y que recibiera la educación en casa–, porque había sido víctima de acoso escolar en trece colegios distintos. Esos padres, cada vez que su hijo era víctima de bullying lo cambiaban de colegio. Pero en el nuevo colegio se repetía la misma situación y volvían a cambiarlo de centro educativo. Habían probado en públicos, privados y concertados y en todos se repetía la misma situación. Y ahora querían realizar la huida definitiva. En vez de enseñar capacidad de afrontamiento a su hijo, en vez de tratar de entender por qué era su hijo, una y otra vez, víctima del acoso, en vez de buscar soluciones que le fueran útiles a su hijo cuando fuera adulto, solo pensaban en huir.

Un caso que se repite con frecuencia, por lo que cualquiera de ellos me serviría de ejemplo, es el de mujeres que acuden a consulta desesperadas por sus continuas rupturas sentimentales –también hay hombres que acuden con esta problemática, pero son menos que las mujeres, lo cual no quiere decir que les pase menos–. El patrón es tan parecido en casi todos los casos que a veces siento la sensación de déjà vu: les atrae un hombre, se implican y cuando la relación ya está más o menos asentadas ven en ese hombre algo que no habían visto antes y que les hace daño a nivel emocional, insisten en mantener la relación porque se niegan a aceptar que otra vez les esté pasando los mismo, al final se produce una ruptura muy dolorosa, de las que les cuesta salir cada vez más. En muchos de los casos, la mujer renuncia a las relaciones o decide no implicarse sentimentalmente con nadie, manteniendo relaciones puramente superficiales. En vez de tratar de entender por qué elije a parejas que le ocasionan sufrimiento, decide huir de las relaciones.

Podía también comentar los muchos casos en las que una persona huye de sus problemas cambiando de trabajo o de ciudad y en su nuevo trabajo o ciudad acaba teniendo los mismos, o similares, problemas a los que tenía antes. Y es que los problemas emocionales puede que nos sean provocados por el mundo, pero no desparecerán porque escondamos la cabeza bajo tierra, si no aprendemos a afrontarlos nos perseguirán allí donde vayamos.

Aprender a afrontar nuestros problemas

Una de mis máximas es que no hay que pelear con el mundo, tenemos que aprender a dejarnos llevar por él, tratando de dirigirnos a nuestra metas siempre a favor de la corriente, nunca en contra. Mi frase zen favorita es: «sé junco», no luches contra el viento, doblégate ante él y deja que pase, resistirás más que los árboles más duros, que aunque aguanten el viento sufren su agresión.

Hay muchas formas de conseguirlos, hace poco tiempo escribí un artículo sobre cambio de creencias que es una de las claves del afrontamiento. Pero igual de importante y mucho más difícil es otra de mis máximas, esta vez sacada de la filosofía de Sócrates: «conócete a ti mismo». ¿Por qué tengo problemas en mi trabajo, elija el que elija? ¿O en mis relaciones? ¿O con mi elección de amigos? ¿O por qué repito una y otra vez los mismos errores? Si somos capaces de responder a esas preguntas, si llegamos a entender la base de nuestras emociones, tendremos más posibilidades de afrontar los problemas en vez de huir de ellos.

Es difícil conocerse a uno mismo sin ayuda de un tercero, imparcial y objetivo, que te ayude a hacerlo. Ese es uno de los trabajos que hacemos los psicólogos. La dificultad es que muchos de nuestros clientes, en el fondo, no se quieren conocer. En esas ocasiones su huida es mental: no me pasa nada, este dolor no es importante, para qué voy a ir a un especialista, estoy bien como estoy.

Pero nadie puede aguantar la parálisis indefinidamente, sea física o mental, así que plantearos si queréis aprender a afrontar y controlar vuestra vida o seguir huyendo a ninguna parte, para acabar, quizás, como el mendigo artista.

Posdata

Iba a ilustrar este artículo con algunas fotos de este peculiar mendigo, pero al dirigirme ayer al espacio que había convertido en su vivienda vi a una obreros trabajando en la reforma de la tienda, que supongo ha sido adquirida y será puesta en marcha de nuevo. Espero en las próximas semanas descubrir el nuevo emplazamiento de este artista sin techo. O no, nunca se sabe donde llevan las continuas huidas.

Manuel Olalla
Manuel Olalla

Solicite cita

659 53 74 53

876 53 59 52

Coso 98-100, 7º, 7ª

Solo con cita previa

©️ NEUROFEEDBACK Zaragoza. Todos los derechos reservados