Las creencias y las falsas creencias
Un experimento repetido muchas veces con niños pequeños para tratar de entender cómo se desarrolla la visión del mundo es el siguiente:
Se hace que un niño, el sujeto del experimento, contemple una escena para después hacerle una simple pregunta sobre la misma.
Se le presenta a una niña, pongamos que la llamamos María, que está en una habitación y tienen una pelota con la que está jugando. En un momento dado, guarda la pelota en una cesta opaca y alargada y María se va de la habitación. Al poco rato, entra otro niño, al que llamaremos Juan. En la habitación, Juan da un par de vueltas, se topa con la cesta, rebusca un poco y saca la pelota. Juan juega un ratito con ella y cuando se cansa se acerca a una caja que hay en la habitación, abre la tapa, mete la pelota, cierra la tapa y se va. A continuación entra María que quiere seguir jugando con la pelota.
En ese momento, se para la escena y se le pregunta al niño que está contemplando los sucesos, ¿dónde buscará María la pelota?
Parece una pregunta tonta, ¿verdad?
Si el niño tiene cinco años, o más, responde sin dudarlo que María buscará la pelota en la cesta. Pero si el niño tiene tres años, o menos, responde invariablemente que María buscará la pelota en la caja.
Está claro que algo cambia en el cerebro de los tres a los cinco años que produce una transformación en la percepción del mundo. En este caso, podríamos hablar de la capacidad de percibir lo que hay en la mente de los demás. A esta capacidad, en ocasiones, se le denomina lectura de pensamiento, pero no estamos hablando de telepatía, sino de la capacidad de ponernos en el lugar del otro.
El niño de tres años ya ha desarrollado un sistema de creencias que le permiten entender el mundo (o al menos, entender su mundo). Es una creencia plena de seguridades absolutas y certezas, no por ella exenta de miedos y terrores, que no son más que una parte más de ese sistema de creencias.
Pero el niño de cinco años ha desarrollado más su conocimiento del mundo y es capaz de aceptar dos cosas:
- Que existen las falsas creencias.
- Que las creencias de los demás no tienen que ser las mismas que las nuestras.
¿Estamos hablando de la pérdida de la inocencia?
En el fondo sí, pero es algo muy necesario para vivir en un mundo en el que las cosas son muy complejas. Y, peor aún, un mundo en el que las cosas más simples las convertimos nosotros mismos en complejas con nuestras desmedidas exigencias.
Pero volvamos a ese cambio de visión del mundo que se produce sobre los cuatro años y centrémonos en el segundo de los dos cambios: la capacidad de entender que las creencias de los demás no son las mismas que las nuestras. Porque ese concepto encierra otro detrás, que es la capacidad de predecir el comportamiento de los demás sabiendo que sus creencias no son las mismas que las nuestras.
Eso es algo que hacemos continuamente, previendo como se van a comportar los demás cuando conocemos sus creencias. Desde situaciones tan complejas como saber cuándo no debo tocar un tema delicado si mi interlocutor pasa por un mal día, hasta saber que María buscará la pelota en la cesta porque no sabe que Juan la ha cambiado de sitio.
La capacidad de ponernos en el lugar de los demás, con mayor o menor acierto, para adivinar que van a hacer es uno de los aprendizajes que realizamos en nuestra maduración, concretamente, como se ha dicho, ese aprendizaje empieza a los cuatro años.
Pues bien, este mismo experimento se ha repetido con niños autistas, de diferentes grados de funcionalidad, y a los cinco años dan la misma respuesta que un niño de tres años sin su afección: María buscará la pelota en la cesta.

Bases neurológicas del Síndrome de Asperger
El DSM-V ha desechado el uso del término “Síndrome de Asperger” para incluirlo dentro del genérico “Trastorno del Espectro del Autismo”, que ahora se clasifica según el grado de afectación en dos dimensiones:
- Comunicación social:
- Grado 3: Inicio muy limitado de las interacciones sociales y respuesta mínima a la apertura social de otras personas.
- Grado 2: Problemas sociales incluso con ayuda y reducción de respuesta o respuestas no normales a la apertura social de otras personas.
- Grado 1: Requiere ayuda para que las deficiencias en la comunicación social no causen problemas y existe dificultad para iniciar interacciones sociales, con respuestas atípicas o insatisfactorias a la apertura social de otras personas.
- Comportamientos restringidos y repetitivos:
- Grado 3: Inflexibilidad de comportamiento y extrema dificultad para hacer frente a los cambios que interfieren en todos los ámbitos.
- Grado 2: Claras y frecuentes muestras de inflexibilidad y dificultada para afrontar cambios, que interfieren en el funcionamiento en diversos contextos.
- Grado 1: Problemas de organización y de planificación que dificultan la autonomía.
Aunque este cambio ha conllevado cierta controversia, está basado en la evidencia que arrojan los estudios familiares sobre el continuo del trastorno autista. Uno de los estudios más determinantes de este continuo es el realizado por Bailey y colaboradores en 1993: basándose en gemelos univitelinos (los provenientes del mismo óvulo y, por lo tanto, genéticamente idénticos) encontró las siguientes concordancias:
- 60% para el Trastorno Autista (tal y como era definido en ese momento por el DSM-IV)
- 71% para el Autismo Atípico, que serían los casos que en 1993 se podían considerar afines al autismo, como el Síndrome de Asperger.
- 92% para fenotipo amplio, que incluye a personas que tienen algún síntoma asociado al autismo, pero con intensidad menor que no permite su clasificación como tal en ninguna de las categorías diagnósticas relacionadas con el autismo.
Como se puede ver de estos números, si uno de los gemelos, genéticamente iguales, desarrolla el Trastorno Autista (según la definición del DSM-IV), el segundo tiene un 60% de posibilidades de padecerlo también, un 71% de probabilidades de padecer o Autismo o un Trastorno afín al autismo, como el Síndrome de Asperger, y un 92% de probabilidades de tener uno de esos trastornos o, al menos, padecer síntomas asociados al autismo, con menor o mayor nivel de afectación.
Este continuo del Espectro Autista ha llevado a replantearse que algunos trastornos que anteriormente se consideraban afectaciones distintas, son realmente diferentes caras de la misma moneda, con las mismas bases genéticas y, se supone aunque todavía no existe la suficiente base experimental para afirmarlo rotundamente, que con el mismo mecanismo neurobiológico.
Este largo preámbulo es necesario para entender que aunque la mayoría de los estudios neurológicos han sido realizados sobre niños autistas, según la antigua clasificación del DSM-IV, se considera que sus resultados pueden extenderse a todo el continuo del autismo y, en concreto, al Síndrome de Asperger.
Estudios forenses realizados con niños y adultos autistas muestran una doble paradoja:
- El peso cerebral es mayor en los niños con autismo que en niños sin dicha afección.
- El peso cerebral es menor en los adultos con autismo que en adultos sin dicha afección.
Por otra parte, diferentes estudios han mostrado que los cambios anatómicos que divergen entre el cerebro de un niño con autismo y un niño que no padece este trastorno se empiezan a hacer evidentes a partir de los tres años.
Estas evidencias y otros estudios celulares realizados sobre diferentes partes del cerebro de niños con autismo, han llevado a formular la teoría de que en el autismo hay zonas del cerebro con más cantidad de neuronas que en cerebros sin ese trastorno, pero que dichas neuronas tienen una dificultad mayor para crear conexiones neuronales.
Según esta teoría, un niño autista tiene el cerebro “mayor” por tener más neuronas que un niño sin autismo, pero a medida que crece desarrolla menos conexiones neuronales, por lo que su cerebro “crece” menos que si crease las conexiones neuronales al ritmo habitual del desarrollo.

El Neurofeedback para el tratamiento del Síndrome de Asperger
Estudios realizados por dos de los más prestigiosos expertos en el campo del Neurofeedback, Lynda Thompson y Michael Thompson, directores del Biofeedback Institute of Toronto, son uno de los mejores ejemplos de la eficacia del Neurofeedback para el tratamiento de los Trastornos del Espectro Autista.
En 2009 publicaron los resultados de un amplio estudio realizado en Canadá con 159 personas, con las siguientes características:
- Diagnóstico:
- 150 diagnosticadas de Síndrome de Asperger
- 9 diagnosticadas de TEA
- Edad:
- 117 niños de 5 a 12 años
- 30 adolescentes de 13 a 19 años
- 12 adultos de 20 a 58 años
- Sexo:
- 139 hombres
- 20 mujeres
A todas estas personas se les realizaron una batería de diferentes pruebas para medir lo más exactamente posible su condición antes de iniciar el tratamiento y se les repitieron las mismas pruebas una vez terminado el mismo. Los resultados no dejan lugar a dudas de la eficacia del Neurofeedback en la disminución de los síntomas relacionados con el TEA.
Resumiendo los resultados, que son muy extensos y completos, tras el tratamiento se constató una significativa disminución de los síntomas de Asperger y mejoras en la vida social, intelectual y desempeño académico.
En las conclusiones de su estudio los autores afirman categóricamente que el tratamiento con Neurofeedback hace que los afectados aprendan cómo mantener el estado de tranquilidad, relajación, alerta y concentración; así mismo, la ansiedad se reduce y se empieza a responder más adecuadamente a las señales sociales, con una diminución en la percepción egocéntrica del mundo.
Muchos estudios realzados en las tres últimas décadas llegan a las mismas conclusiones, estableciendo el Neurofeedback como uno de los tratamientos más eficaces para la reducción de los síntomas del espectro autista.
Los Trastornos del Espectro Autista son afecciones de base neurológica que se manifiestan como respuesta conductuales atípicas. Ese el objeto del estudio de la neuropsicología y, por lo tanto, el tratamiento de este trastorno no puede considerarse adecuado y completo si no se contempla desde una perspectiva neuropsicológica.
Hoy en día la neuropsicología no debe adscribirse sólo a la evaluación sino que, apoyada con técnicas como el Neurofeedback, debe dirigirse a la intervención.